La violencia, el miedo y el sufrimiento III

Reflexiones desde mi cautiverio
(Tercera de tres partes)
“No somos sino carne, potencial carne de matanza…”
Francis Bacon

No es solo la lesión que desfigura el cuerpo lo que quebranta al hombre: su posición en el mundo queda de todo modo trastornada. La violencia afecta al hombre en lo más íntimo, sometiéndolo así en su totalidad.
Quien considera la violencia tan solo como un proceso físico, externo, no ha comprendido lo más mínimo sus efectos.
La violencia traspasa a la persona entera, desencadena en ella fuerzas internas que la derriban. Las personas no pueden dominar el miedo y el dolor, tan poco como parar el próximo golpe del enemigo. La violencia libera a quien la ejerce y destroza a la víctima. Mientras aquel se expansiona, esta se contrae hasta la nulidad. Aunque el hombre víctima de la violencia sobreviva, nunca volverá a ser el que era antes.
La violencia actúa ya antes de la primera lesión. Una amenaza poderosa quebranta las formas de la conciencia del espacio y del tiempo. El mundo familiar se torna súbitamente incierto; todo en él está trastornado. El mundo deja de ser seguro, deja de ofrecer protección y refugio. Y además no hay por dónde escapar.
El miedo sujeta al hombre al aquí y al ahora. No existe más fuera del miedo. El tiempo se reduce al instante presente. El saber y las experiencias pierden su valor, y sólo jirones de recuerdos desfilan por el cerebro. Las esperanzas se borran.
El miedo no es una expectación negativa. Las expectativas miran al futuro, y en el miedo la dirección del tiempo se invierte. El peligro atenaza al hombre, lo ahoga, lo devora. El futuro queda eliminado pues el miedo va estrechando el campo perceptivo, y como mucho tolera algunas pretensiones fugaces, hasta que también estas estallan. El continuo temporal se rompe. El orden de los acontecimientos, así como la causa, el origen y la dirección del peligro, dejan de ser determinables.
El miedo sume al hombre en la incertidumbre. La constancia del mundo, fundamento de toda confianza y de toda acción, desaparece. La amenaza es inconcreta pero omnipresente. El miedo pierde su intención direccional: ya no es miedo a algo. Explota en pánico.
La violencia contra el hombre perdura después del momento en que este la sufrió.
Arroja una negra sombra sobre el resto de la vida de su víctima.
La invalidez corporal y mental no es una enfermedad, es una devastación de la condición humana. La violencia, el miedo y el sufrimiento hicieron que la víctima se viera cara a cara con la muerte. No con la muerte ajena, que sólo deja un hueco en la sociedad, y que el hombre puede afrontar, sino con la muerte propia, que en adelante el superviviente sentirá en todos sus miembros.
En el dolor, el hombre siente el cuerpo como aquello que pondrá fin a su vida. El dolor es el augurio carnal de la muerte, y el miedo no es a la postre sino un vástago del miedo a la muerte.
Lo que es la muerte deja ya de sentirse, se lo impone el dolor al hombre: la fragilidad de su cuerpo, la destrucción de la conciencia, la negación de la existencia.
Todo esto lo sabe el superviviente por haberlo experimentado en carne propia.
El siente que ya ha comenzado a morir.
Playa Bagdad. Marzo de 2011.

No hay comentarios: