La violencia, el miedo y el sufrimiento II


Reflexiones desde mi cautiverio
(Segunda de tres partes)
“No somos sino carne, potencial carne de matanza…”
Francis Bacon.

El discurso sobre la tortura habla de la lucha de dos voluntades en torno a la confesión. Pero del mismo modo que la guerra no es la continuación de los conflictos políticos por otros medios, la tortura no es la continuación del interrogatorio por otros métodos.
No se puede hablar aquí de acciones bilaterales, de reciprocidad o, menos aún, de simetría. La teoría de la acción subyacente en estos discursos escamotea la situación de los dominados. Es sorda y ciega para el suplicio de las víctimas.
La verdad de la violencia no reside en el hacer, sino en el padecer.
No sólo el lenguaje enfocado a los agentes y al conflicto, sino también las tradiciones culturales impiden el acceso al fenómeno.
Es frecuente atribuir al dolor un significado profundo, un sentido abismático que el hombre debe aceptar como una carga que la vida le impone.
El dolor es considerado como un medio de auto superación ascética, como fuego purificador o como maestro de moral. Hay que soportarlo con piadosa resignación y decir sí con alegría a los azotes del destino.
La moderna crítica de la cultura, preocupada por una hipotética eliminación del sufrimiento, recomienda al que sufre no caer en la pusilanimidad y resignarse a su penosa situación.
Sólo quien ha aprendido a sufrir, se dice, es capaz de sentir alegría, como si el dolor no le quitase a uno la alegría.
El mártir asume el dolor y la muerte y demuestra con su resistencia que el poder terrenal no tiene poder sobre de él. El dolor lo aparta del mundo profano y le abre las puertas de lo sagrado.
Para el heroísmo individual, soportar el dolor es una confirmación de la altura de espíritu, una prueba de gallardía viril, un signo del dominio que el hombre es capaz de ejercer sobre el cuerpo.
El asceta se flagela para rehuir las tentaciones de la vida, el héroe trata de escapar de las tentaciones de la muerte. El héroe se encoleriza con otros y consigo mismo. Quiere retrasar la muerte anticipándola en el sufrimiento.
Para percibir la violencia en toda su crudeza, es necesario poner entre paréntesis todas sus vestiduras culturales. Lo que entonces se manifiesta es la pura opresión e inutilidad del dolor.
El dolor es el dolor. Ni es un signo ni es portador de ningún mensaje. No revela nada.
No es sino el mayor de todos los males. Lo que para el violento es una dilatación de la libertad y del poder, para la víctima es un ultraje.
La violencia es lesiva y afecta directamente al cuerpo. Ninguna otra contingencia es tan constrictiva como la violencia.
Si es tan efectiva como medio de dominación, es porque para la víctima el dolor es ineluctable, pues la violencia desencadena reacciones que agobian interiormente a la víctima: miedo, dolor, desesperación y sentimiento de desamparo.

1 comentario:

ulises franco dijo...

La razón per se no es tan monstruosa como el hilo que pretende manipularle para diseñar una tormentosa verdad; ni el dolor purifica al alma, es la consciencia la que confiere el don, el don enriquecido... el don ultrasentido, el perdón. La razón bien pudiera empatarse un día con el perdón a través de la luz de la razón pura. Ulises Franco.