El furor de las denuncias


Reflexiones en mi cautiverio
En Roma era permitido a un ciudadano acusar a otro, esto se había establecido según el espíritu de la República, en la cual todo ciudadano había de tener un celo sin límite por el bien público. Pero contrario a esto se exigía que cada hombre tuviera un celo ilimitado por el interés de sus pasiones, esto ocasionó que aparecieran un tipo de hombres funestos, una turba de infames delatores.
Todos los ambiciosos de alma baja delataban a cualquiera, culpable o no, este era el camino de los honores y de la fortuna.
Esto lamentablemente sucede actualmente en nuestro país a grado tal que alcanza lo que bien podríamos llamar un alarmante furor por las denuncias Anónimas. Esta circunstancia agota al país al conjugarse con el estado de Guerra, ya que todo ha llegado a ser motivo de delación.
La Guerra alimenta esta clase de denuncias y se dan casos que cuando algún hombre valeroso levanta la voz protestando por esta situación, el poder político se encarga de aniquilarlo.
Se ven traiciones y traidores por todos lados, hasta en amigos íntimos y colaboradores.
Ante tales circunstancias el temor y la desconfianza llega a tales extremos que se espía hasta una palabra escapada en un momento de embriagues, y hasta la broma más inocente puede constituir un pretexto para denunciar.
Motivos económicos (recompensas) y los viejos odios son las causas más comunes de estas delaciones.
Todos temen ser el blanco de los muchos delatores profesionales o aficionados que pululan por doquier.
Es importante aclarar que debido a las características particulares de esta Guerra, las autoridades tuvieron que dar marcha atrás en el contexto de la Procuración y de la Administración de la Justicia, recurriendo a vicios y prácticas desterradas mucho tiempo atrás, como la ilegal denuncia anónima, de tristes y trágicos recuerdos de la época en que era un fulminante recurso acusatorio, principalmente durante la época de la Santa Inquisición, tiempo en el que al igual que hoy, abundaron dicho tipo de denuncias, a tal grado de que apestaban las ciudades con la hedantina de tantos “diablos” y “brujas”, que había necesidad de que los padres inquisidores rociaran con agua bendita los patios y los aljibes.
De manera similar en el momento histórico que vivimos, las acusaciones realizadas por personas anónimas, tanto como las realizadas “legalmente” por los diferentes cuerpos de policía y por las fuerzas federales en contra de supuestos o verdaderos delincuentes y criminales son tan completas y tan sobre determinadas por un lado, y por su envés tan inverosímiles y tan ilógicas que se debió llegar a ellas necesariamente recurriendo a métodos de los falsarios y de los espías, sacrificando según ellos la Verdad en aras de la Justicia, mientras que los acusados asisten estupefactos e inermes a la representación que la disimula.
Debemos darle la justa dimensión al hecho de que el hombre queda denigrado a la condición de “medio” para los propios fines cuando se le engaña, se le utiliza, cuando se le explota, se le atormenta y asesina, cuando está en el centro de la autoafirmación egoísta de la obligación relativa a una vida común.
La mayoría de las veces las acusaciones fincadas contra los detenidos por las “Fuerzas de Orden” son erráticas, arrebatadas y vagas, y por la ambigüedad de la posición y de la pasión de los acusadores se dificulta la localización de sus coordenadas, por lo que sus explicaciones y justificaciones pierden su valor de moral, intelectual y jurídico.
Playa Bagdad. Mayo 2011.

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