La violencia, el miedo y el sufrimiento

Reflexiones en mi cautiverio
(Primera de tres partes)
“No somos sino carne, potencial carne de matanza…”
Francis Bacon
Pintor inglés
En el museo de Guggenheim de Nueva York puede verse un tríptico del pintor inglés Francis Bacon y lleva por título “Tres estudios sobre una crucifixión”. El panel de la derecha muestra sobre un fondo rojo anaranjado una masa de carne desnuda que pende de un gancho invisible, lo que una vez fue una pierna quizá y una cadera en una masa informe de carne sanguinolenta…
El cuadro no cuenta ninguna historia, nos comenta Wolfgang Sofsky en su libro Tratado Sobre la Violencia, no representa la violencia, sino que la sugiere mostrando a la víctima, no al ejecutor, ni tampoco su acto.
Sólo las consecuencias son visibles: el cuerpo retorcido y despedazado; el cráneo: una oquedad, un grito.
Y esto es lo que la violencia hace al ser humano. Hiere, destroza, desfigura.
La violencia es una fuerza transformadora. Hace al hombre una criatura, un haz de fibras estremecidas que grita, carne doliente. La sustancia de toda violencia reside en la destrucción física.
Pero eso no es todo. El cuerpo no es una parte del hombre, sino su centro constitucional. Por eso el daño afecta por igual al alma y al espíritu, al yo y a la existencia social.
Poco hay de sorprendente en el hecho de que, buscando documentos sobre el sufrimiento, no se tarde en dar con imágenes.
Ciertamente hay testimonios de supervivientes de la violencia, hay tentativas elocuentes de ordenar el vocabulario del dolor en un diccionario médico. Y no hay pocas descripciones de escenas violentas. Pero leyéndolas atentamente se advierte que el lenguaje gira en torno a los actos y a los autores.
El lenguaje prefiere lo activo, no lo pasivo. Se centra en el autor. En todo caso se describen las heridas visibles, no la experiencia de la violencia sufrida. Pero la descripción de las heridas no es una descripción del dolor.
Pero el acento recae casi siempre en el sufrimiento anímico, no en el tormento físico. El cuerpo doliente se cierra a la representación lingüística. La lamentación verbal, el lenguaje de los salmos, empieza después de que el hombre ha superado el estado en que gime de dolor y vuelve a ser capaz de emplear la palabra.
La lamentación verbal es la sublimación del grito. El dolor no se puede comunicar ni representar, sino sólo mostrar. Pero el medio de este mostrar no es el lenguaje, sino la imagen.
Por otra parte, la mirada de la víctima es interceptada por los discursos acostumbrados sobre la violencia.
Cuando la violencia es entendida solo como acción o interacción, es inevitable que el dolor retroceda. Se habla de relaciones de fuerzas, de conflicto o de duelo, aunque el otro haya sido desarmado desde hace tiempo.
El discurso sobre la guerra supone una rivalidad de fuerzas y cuenta historias de lucha encarnizada hasta su resolución. Sin embargo, la violencia de la guerra a menudo no consiste verdaderamente en un combate sino en una masacre de indefensos: el fuego graneado sobre las trincheras, el bombardeo de las ciudades, el baño de sangre en las aldeas. 

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